Hay una variable que representa todas las virtudes de un país: la longevidad. El número de personas mayores que disfrutan de una buena situación y la esperanza de vida de los ciudadanos son los datos que se tienen en cuenta para indicar qué país es mejor para vivir.
En nuestro caso, tenemos el inmenso privilegio de que España, con una media de 83 años de esperanza de vida, sea el segundo país más longevo del mundo, solo por detrás de Japón.
Por ello, en este Día de la Hispanidad tenemos mucho que celebrar. Que existan tantas personas mayores dice muchas cosas buenas del país al que pertenecen. Dice de su Estado de Bienestar, de su alimentación o de su clima, pero dice sobre todo de las personas que lo forman, pues lo que verdaderamente hace habitable, agradable y saludable un país son sus ciudadanos.
Y de entre estos destacan 9 millones de personas. Personas mayores de 65 años que concentran en sí mismas toda la esencia del país. Ese país que han construido ellos mismos y que ha crecido con ellos y gracias a ellos. Ellos hacen que los elementos de una nación adquieran un significado diferente. Que el territorio sea los hogares que ellos han formado, las leyes, sus consejos y los símbolos se compongan de los gestos, palabras y cuidados que generosamente ofrecen.
Si nuestra sociedad se caracteriza por la tolerancia, la solidaridad, el respeto, la comprensión y el fuerte tejido familiar es porque esto es justo lo que define a esos 9 millones de personas que tenemos a nuestro lado. De entre todas estas características, la familia es la más valiosa que cualquier país puede poseer. Esta es el espacio en el que nos sentimos cuidados y el lugar al que acudimos para encontrar la seguridad que necesitamos. En su cúspide, nuestros mayores. Ellos son la razón y la causa de la existencia de las familias y la demostración del amor verdadero y duradero.
Tras las puertas de la familia, la cima de la sociedad también les pertenece. En nuestros mayores están enmarcadas las tradiciones y costumbres de un pueblo. Tradiciones y costumbres recogidas por los libros pero a las que dan vida quienes las practican. Los platos típicos adquieren el verdadero sabor cuando ellos los cocinan, el diccionario se amplía con sus añejas palabras y la música que guardan llena de recuerdos el hogar cuando vuelve a sonar. Ellos son el verdadero patrimonio de un país, un patrimonio vivo que cuanto más numeroso es, más rico es el país que lo posee.
Como todo patrimonio, también precisa unas atenciones especiales y permanentes que, en este caso, no se reducen a los cuidados físicos, sino que van más allá. Una larga conversación, una tarde de juegos, compartir una merienda o simplemente un paseo es la mejor manera de conservarlo en todo su esplendor. Más allá de su experiencia, historia y biografía, la vitalidad de este patrimonio es su mayor virtud, pues no se mantiene estanco como sucede con el patrimonio inerte al que tanto atendemos, sino que continúa evolucionando a nuevas etapas de vida en las que sus necesidades e ilusiones también se transforman. Descubrirlas y atenderlas es nuestro deber como ciudadanos, como habitantes de ese escenario que ya estaba construido cuando nosotros llegamos y que ellos nos han regalado.
Ahora, tenemos nosotros la inmensa responsabilidad de hacer que sigan perdurando los valores que componen el escenario en el que hemos tenido la fortuna de desarrollarnos y la mejor manera de que estos pervivan es cuidar a quienes los ostentan. El día de hoy representa la historia del país y no hay nadie que la represente mejor que nuestros mayores. Pues, nuestra verdadera patria son ellos.