“Estamos en plena segunda ola”. Esta es una de las frases que en los medios de comunicación más se están repitiendo desde hace semanas. Para intentar frenar esta realidad con sobrenombre marino y que sus consecuencias no sean tan devastadoras como lo fue el avance de la pandemia durante su inicio, ya se han comenzado a tomar diferentes medidas de restricción.
Comunidades en las que el virus, hasta el momento, no había azotado con tanta virulencia han tenido que volver a anteriores fases de desescalada. Otras, en las que el virus no ha dado respiro, se han visto obligadas a realizar los llamados confinamientos quirúrgicos o a ordenar el cierre de ciertos establecimientos.
Ante esta situación de incertidumbre, son muchos los sectores y las personas que están siendo afectados. Pero, si hay un grupo que ha sufrido los efectos más trágicos de esta desoladora pandemia son el más valioso de nuestra sociedad: las personas mayores.
Como consecuencia de la COVID-19, en España, hasta la fecha, han fallecido más de 30.000 personas según el Ministerio de Sanidad y casi 60.000 según el Instituto Carlos III de Madrid. Más del 80% de ellos son personas mayores de 65 años.
Si partiendo de estas cifras atendemos al lugar en el que la tragedia ha asolado con mayor fuerza, sobresalen las residencias. El 62% de las muertes totales por coronavirus son ancianos que vivían en residencias. Así, el número de mayores fallecidos en residencias entre marzo y octubre constituye una cifra de la que entristecerse enormemente: 20.881.
Menor, pero también destacada angustia se ha vivido en los hogares de los ancianos que viven solos. No son pocos los mayores que han debido enfrentar en soledad este escenario de tormento y miedo y han tenido que recibir la solidaria ayuda de sus propios vecinos.
Otros mayores, sin embargo, han tenido la ayuda de sus cuidadoras, las cuales se han volcado en su atención y cuidados. De esta forma, su labor ha supuesto un verdadero dique de contención a las consecuencias directas e indirectas del virus.
Ahora, ante esta segunda ola y sus correspondientes medidas restrictivas, nuestros mayores sufren el miedo a un segundo confinamiento, debido al cual se vean obligados a volver a padecer el mismo nivel de desasosiego que vivieron durante el primero.
Para evitar que esto ocurra y que la realidad que nos está tocando vivir siga minando la salud de nuestros mayores, queremos proponer tres pilares con los que gestionar este cada vez más extendido miedo a un segundo confinamiento:
Comunicación, comunicación y comunicación
Pongámonos en la situación por la que están atravesando nuestros mayores. Al encender la televisión, la escaleta de cada telediario se basa en las desgracias que ha provocado el coronavirus y las que todavía están por venir.
Mientras escribimos esta entrada, los medios acaban de publicar una nueva noticia sobre la pandemia. “Un estudio prevé 25.000 muertes por coronavirus en España hasta febrero”, reza el titular.
¿Qué pueden sentir nuestros mayores cuando escuchan esto? Miedo y desesperanza.
La única forma de conseguir que estos sentimientos negativos no se agudicen hasta transformarse en pesadas losas psicológicas es hablar sobre ellos. Un “¿cómo estás?” sincero y que transmita ganas de escuchar de forma activa logrará un torrente de confesiones sobre las que actuar.
Profesionales de este tipo de preguntas son las cuidadoras. En ellas, los mayores despachan sus pensamientos más negativos, gracias a lo cual las cuidadoras conocen las principales preocupaciones que nuestros mayores sienten y pueden llegar a sentir. Estas suelen ser, en la mayoría de los casos, las mismas. De esta forma, la cuidadora es capaz no solo de solventar una situación de ansiedad o estrés emocional, sino de anticiparse a ella. Y, recordemos, todo esto ha sido desencadenado por, simplemente, una sencilla pregunta.
Compañía es sinónimo de vida
La soledad mata. Así de sencillo y así de triste. Los mayores que viven solos poseen una esperanza de vida menor que aquellos que disfrutan de la compañía de una persona que les cuida y atiende.
Llegados a una edad, nuestros padres y abuelos necesitan ayuda para realizar ciertas tareas del día a día. En algunos casos, la ayuda será necesaria de forma puntual, mientras que en otros, debido a la limitación de su autonomía, requerirán una atención permanente. En ambos casos, destaca una figura profesional: la cuidadora.
Es en la cuidadora donde nuestros mayores encuentran la mejor aliada para hacer frente a su rutina diaria. Con su llegada, la vivienda se transforma. Su labor satisface las necesidades de los que en ella habitan y consigue aumentar las ganas de seguir superándolas cada día.
Asimismo, la cuidadora crea un estado de seguridad. A través de ella, le otorgamos a nuestros mayores la tranquilidad de saber que aunque durante estas próximas semanas cambien las circunstancias sociales y médicas, siempre van a tener una persona a la que recurrir.
Poseer esta certeza ante tantas incertezas y situaciones cambiantes conseguirá que su salud no se vea afectada.
Ilusión por el futuro
Todos poseemos razones por las que nos levantamos cada día. La mejora profesional, el aprendizaje de una nueva actividad o el cumplimiento de un reto deportivo son ejemplos de motivos en los que nos apoyamos y objetivos hacia los que dedicamos nuestro esfuerzo e ilusión. Al igual que nosotros, nuestros mayores también deben tenerlos. Gracias a ellos, desarrollarán y mantendrán un saludable envejecimiento activo.
Tales objetivos pueden ser tanto físicos como cognitivos y, por supuesto, sociales y familiares. Tengan sus metas el carácter que tengan, serán las razones por las que querrán seguir aprovechando esta bonita —y no por ello, poco complicada— etapa en la que se encuentran.
En muchas ocasiones, ni siquiera ellos mismos se plantean fijarse un propósito o pensar en una ilusión. Imbuídos por la creencia generalizada de que cuando se llega a una avanzada edad ya no queda nada por hacer, dejan pasar los días sin esperar nada de ellos.
Es por ello que, en este terreno, la labor de la persona que está a su lado es fundamental. Sabedoras de los efectos tan beneficiosos que la fijación de unas metas originan en nuestros mayores, una de las labores que las cuidadoras llevan a cabo es conversar con nuestro familiar para advertir los deseos que no exterioriza pero sí posee. A partir de ello, cuidadora y persona cuidada ya poseen algo por y hacia lo que trabajar juntos, motivo que les devolverá la motivación que creían que ya no les correspondía poseer.